Antananarivo, la Capital de la isla Roja.

Mi último viaje alrededor del Océano Índico. Esta tierra siempre me despertó curiosidad y sabía que gracias a esta experiencia en la Reunión, sería uno de mis destinos a visitar. 

Así que por fin estoy en este territorio africano llamado Isla Roja debido al color rojo de la tierra, un país marcado por la pobreza y el hambre, la corrupción y la inestabilidad política pero sobretodo por el carácter sonriente y hospitalario de su gente, aún que si es verdad que de vez en cuento se oyen malas noticias provenientes de este país. 


Al llegar al aeropuerto ya se deja respirar este aire de dejadez y pobreza, con una terminal vieja y rudimentaria y un servicio policial de lo más curioso. De echo al hacer los trámites de visa para acceder al país, una multitud de policías se van pasando tu pasaporte de mano en mano hasta que uno de ellos te llama por tu nombre y te autoriza la entrada. De echo me sentía como si fuera una lotería cuyo premio fuera la permisión de entrada al País. Al cabo de un buen rato de espera, miradas interrogantes y alguna que otra duda, conseguí mi premio y ya de paso recuperé mi mochila, la cual tenía ciertas dudas d que llegará a su destino. 

Lo primero que hice fue cambiar mis euros por Ariarys. Teniendo en cuenta que 1 euro son 3.400 ariarys imaginaros cuando en tus manos tienes 400.000 o sea unos 140 euros en un país donde el salario mínimo no excede de 100 euros al mes. Así que me fui corriendo a los baños para intentar encontrar varios sitios donde esconder el dinero por si acaso, sobretodo después de que todo el mundo me hubiera advertido de los múltiples riesgos de atracos en dicho país. 

Estaba esperando el autobús que une el aeropuerto con el centro de la ciudad de Antananarivo para pagar menos dinero ya que el taxi cuesta bastante más. Aproveché para hablar con la gente y al cabo de una hora decidí buscar otro medio ya que ahí no venía nadie. Así que vi un par de turistas que agarraban un taxi y me fui corriendo para pedirles si podíamos compartirlo con tal sorpresa que estos eran españoles.Así que ahí estaba yo, yendo hacía la capital con dos españoles en viaje de novios y preparado para vivir otra experiencia por el mundo. 

Cuando llegué a Antananarivo me llevé una grata sorpresa de esta ciudad llena de contrastes y un pasado histórico que dejo imprentas en cada rincón.

La capital del país está construida sobre un sinfín de colinas dando un relieve elevado con la parte alta, media y baja de la ciudad, y en las alturas se observa el palacio de la reina, erigiéndose con cierta prepotencia sobre la ciudad. 

La visita de la ciudad requiere un buen estado de forma física si se quiere hacer a pie, sino otra opción como la mayoría de turistas es hacerlo en taxi. Un buen sitio para descansar podría ser el Café de la Gare, una antigua estación reconvertida como centro comercial con bares, oficinas y una terraza con jardín para desconectar del bullicio y del calor de la ciudad.

Durante el día me encontré con Leonah, una chica malgache que contacté por Couchsurfing la cuál  me explicó ciertos aspectos de la vida en el país. Por la noche me dirigí hacía la casa de Silviane otra chica malgache que con su familia me acogió dos noches en la capital. Trabajaban por una ONG extranjera para la preservación de los lémures y los bosques llamada Mikajynatiora, en Madagascar los incendios son una práctica corriente y producen muchos problemas a muchas especies del país. 

Unos auténticos monstruos.
Al día siguiente los acompañé al centro zoológico y botánico de la capital, donde iban a preparar las cosas para el festival de lémures. Estuvimos recogiendo basura en ciertas zonas del centro y aproveché para visitar los diferentes recintos llenos de especies autóctonas del país. Cabe decir que la falta de medios se deja notar y el lugar tenía un aire a dejadez y abandono.

Hacía el mediodía me fui hacía la estación del sur de la capital donde iba a encontrarme con Leonah para cojer un taxi-brousse dirección a Antsirabe. Agradecí que no lloviera ese día, ya que al ver el estado del sitio lleno de basuras, fango y demás, hubiera sido otra cosa de andar por ahí con el suelo lleno de residuos flotantes. Además cabe añadir la pesadez de la gente pidiéndome mi destino para meterme en uno de esos taxis repletos de gente esperando a estar lleno hasta los topes para arrancar. Así que me metí en un bar o algo que se le parecía un poco para alejarme del bullicio y esperar a mi compañera de viaje.
Uno de los puestos de comida en la estación de taxi-brosse.

Al llegar a Antsirabe ya era bien entrada la noche y un apagón nos hizo descubrir la ciudad y el hotel a oscuras. Este se llamaba la casa de la felicidad, bueno podría ser peor. Al no ver nada todo tenía otro aire. Ya veríamos por la mañana donde nos habíamos metido. 


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