Quatro dioses y una cabeza de cerdo

Cuando se viaja, simplemente uno se vuelve receptivo, curioso y abierto a todas las novedades que puedan acontecerle a su alrededor. Todo es digno de admiración ya que se nos presenta como una novedad, como algo nuevo y mágico, diferente y digno de admiración. 

Esta historia ocurrió en Dalí, una ciudad cargada de Historia en la provincia de Yunnan en China. 

Durante una travesía en bici alrededor del lago Erhai, un templo me llamo la atención. Era un lugar sin pretensiones ni lujo alguno. Simplemente un templo como cualquier otro en un pueblo de china. Sin embargo algo me hizo pararme y sentir la necesidad imperiosa de entrar en él.
Las ofrendas


Las Bicletas frente al templo.


Y los dioses



Al entrar, unas mujeres estaban rezando frente a uno de los cuatro dioses que llenaban el lugar, uno en cada esquina. Las mujeres entonaban una melodía casi repetitiva, como un mantra tibetano que te envolvía cada vez más en el ambiente. Yo me quedé ahí, simplemente como un observador de la escena, ajeno a todo ello, pero a medida que pasaba el tiempo, cada vez estaba más involucrado en el acto y parecía como si yo mismo estuviera formando parte de él. Al principio no comprendíamos muy bien lo que estaba sucediendo pero ahí nos quedamos durante todo el ritual. 






Al acabar la ceremonia, compartimos el cerdo acompañado de algunos manjares varios y con un gesto de complicidad, la mujer más anciana hizo signo de que le siguiéramos, como si estuviera invitándonos a continuar con ellas en otro lugar, así que cogimos las bicicletas y las seguimos por las calles del pueblo hasta llegar a una gran casa donde se estaba preparando un banquete con todo el pueblo y familiares como invitados. 





Ahí empezamos a comprender al observar al padre de la familia, sentado en una mesa y recogiendo sobres de los invitados, sobres con 100 o 200 Yuanes en cada uno de ellos. Los invitados hacían sus ofrendas para agradecer la invitación y sobretodo para ayudar a la familia a pagar los estudios de la hija mayor. De echo, de eso se trataba todo, una ceremonia de agradecimiento y de protección para la primera hija que iba a la universidad por parte de las ancianas y una gran comida a modo de despedida. 










Nosotros sin quererlo, formamos parte de ese momento. Gracias a la complicidad que se creo en el templo, pudimos celebrar ese momento tan especial con todos ellos. Obviamente no quisimos ser menos y dimos un sobre a la hija que al principio quiso rechazar. El padre cogió el sobre y al ver dentro una pulsera hizo gesto de decepción pero luego encontró el billete de 100 Yuans (Unos 2 euros) y se le dibujo una sonrisa de agradecimiento en su cara mientras ella se ponía la pulsera y nos daba muestras de agradecimiento. Seguramente no fue nada comparado con nuestra alegría y satisfacción al recibir tal regalo. 

Pasamos la tarde comiendo, bebiendo y jugando con los niños. Sin duda lo pasamos genial y nos constó quitar el lugar.

Vivimos uno de esos momentos que hacen que un viaje tenga sentido y de los que puedes volver a casa con un gran recuerdo en mente y en el corazón. 


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