Un restaurante cualquiera, unos mojitos y la cascada de Santa Clara.

Los cubanos son conocidos por su capacidad de improvisación o de invención como dirían ellos, por su ritmo pausado y tranquilo y sobretodo por su hospitalidad, pero también se tiene que andar con cuidado ya que también son los reyes de la manipulación y la traición. No los voy a culpar cuando se descubre las condiciones y dificultades que día a día tienen que hacer frente para sobrevivir en un país donde predomina el raciocinio y la privacidad económica y social. 

Viajando por la Habana, cualquiera se puede dar cuenta que  todo o casi todo se mueve por interés y simplemente por el simple echo de ser turista, uno lleva el signo del dólar tatuado en la frente aunque en realidad se haga el viaje más austero del mundo. Por eso aconsejo alejarse de la capital y viajar por la Cuba más rural, alejada de los tópicos de la Capital. 

Este relato sucedió en Santa Clara, la ciudad donde los revolucionarios consiguieron parar a los militantes de Bautista, acabando así con una Guerra anti-capitalista y dando a su país un nuevo aire de revolución cubana con la insignia estrellada del Che como estandarte. En la ciudad se encuentra el mausoleo del Che y los restos del tren del ejército de bautista. 

Mausoleo del Che

Restos de la Batalla de Santa Clara

Pues bien, volviendo al tema de la hospitalidad cubana, estábamos buscando un sitio para cenar cuando cruzamos una calle y vimos un restaurante llamado Sabor Latino. Un restaurante cualquiera el cuál elegimos para cenar. Al entrar, algunos turistas ya estaban sentados degustando los platos en el interior del local, nos sentamos y pedimos nuestra cena. Al principio todo normal, el tiempo pasaba y los clientes se iban marchando. Al final sólo quedamos nosotros, las dos camareras y el cocinero. Empezamos a charlar, y poco a poco se fue creando un clima de complicidad entre bromas y risas. Nos ofrecieron unos mojitos y unos cigarros cubanos los cuáles, algunos de nosotros aceptamos de buen grado. 






A medida que el ron iba haciendo su efecto, empezamos a tocar instrumentos que iban apareciendo sobre la mesa hasta que las notas iban fluyendo a ritmo de congas, maracas y alguna botella de ron y alguna cuchara. El ambiente era de los más surrealista pero aún no había echo más que empezar.

Nos dejamos llevar por el ambiente salsero de la Cuba más hospitalaria y familiar y fue inevitable de caer bajo el embrujo de unos pasos de salsa, algunos más hábiles que otros. 









En ese momento, cuando parecía que ya habíamos llegado al momento más álgido de la noche y ya poco a poco ir retomando la serenidad, una de las camareras, la cual no cabe olvidar que hubiera podido ser nuestra madre o casi nuestra abuela, nos preguntó: ¿Habéis visto la cascada?, nosotros estupefactos por esa pregunta en medio de tanto fervor y agitación respondimos que no habíamos visto ninguna en la ciudad. Dicho esto, la mujer desapareció en la cocina para volver al cabo de un rato con un bañador y un pareo y salió para la calle, donde, justo en frente del local, puso una manguera y dejó el agua correr en plena calle. Ahí la tenéis, nos dijo la mujer. Nosotros no dábamos crédito a esa repentina ocurrencia de aquella simpática mujer, pero de golpe nos vimos todos en plena calle, gritando y mojándonos como niños en pleno verano. 

!Sorpresa general!


La cascada de Santa Clara


Como niños en plena calle



Obviamente todo esto pasaba bajo la atenta mirada del Ché, el cuál atónito debería pensar quién sabe qué...









Pero aún quedo tiempo para una nueva sorpresa y nos proporcionaron un lavado espiritual de lo más particular. 


No cabe decir que fue una noche memorable, surrealista y en la cuál pudimos comprobar que los cubanos, saben hacer frente a sus problemas y sacar su mejor lado para salir adelante. 

Muchas gracias por ese gran recuerdo en nuestro viaje.

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