Un pequeño paraíso llamado Lijiang
Si hubo un lugar en China que me dejo realmente impresionado, fue sin duda esta pequeña ciudad de Yunnan llamada Lijiáng. Teniendo en cuenta que para llegar hasta ahí pasé el peor viaje de mi vida en avión. Ya el retraso de 1h30 por el mal tiempo que anunciaba el altavoz del aeropuerto de Chengdu era una premonición de la experiencia, pero aún así las turbulencias y los rayos que se veían a través de la ventanilla del avión me lo hicieron pasar realmente mal. Por suerte una vez llegados a Lijiang tuve mi recompensa.
Lijiang es una ciudad con más de 800 años de historia y famosa por su ordenado sistema de canales y puentes. Es conocida como la Venecia del Este, y con razón. Aún sin haber estado en Venecia, que no dudo de que será preciosa, el ambiente de la china milenaria junto con la arquitectura clásica de las casas en esa ciudad, uno se puede imaginar en plena dinastía Qing o Ming con los carros de los comerciantes en pleno bullicio dominical y el emperador observando el ambiente desde su balcón.
La minoría étnica mayoritaria es la llamada Naxi, la cuál dejo su imprenta durante toda la historia de la ciudad en cada uno de sus rincones, hoy en día, muy bien conservada, como si el tiempo no hubiera pasado en este pequeño rincón del gigante asiático.
Los Naxi son descendientes de los pueblos nómadas que habitaban las llanuras del Himalaya.
Acosados con frecuencia por tribus vecinas, los primeros naxi se
trasladaron desde el río Nujiang hasta Jinsha y luego hasta la actual
provincia de Sichuan en China. Después de ser expulsados por otras
tribus, se establecieron de forma definitiva en Baisha y Lijiang.
Los Bai, de los cuales os hablé en el articulo sobre Dali y la historia de los Quatro dioses y una cabeza de cerdo, serían descendientes de los mismos.
En la ciudad hay un total de 300 puentes de piedra construidos en los periodos Ming y Qing; el más famoso es el Gran Puente de Piedra.
Las casas están construidas en madera y ladrillo, orientadas hacia los
cuatro puntos cardinales y siguiendo un orden perfecto. Las calles,
prohibidas a los vehículos, están empedradas de forma tradicional. Aunque la auténtica magia se produce al caer la noche y las calles se iluminan dejando una imagen de ensueño para cualquier viajero.
Es verdad que hoy en día, este pequeño paraíso se ha convertido en un lugar de turismo muy importante tanto local como extranjero, hasta tal punto que la Unesco estaba dispuesta a retirarle la Inscripción obtenida en 1997 como Patrimonio de la Humanidad. Aún así el lugar sigue manteniendo toda su riqueza cultural de antaño. Con un modo de vida tradicional y bien arraigado a sus culturas ancestrales.
Yo aproveche para ir a ver un concierto de música Naxi, una bonita experiencia sobretodo que el lugar era un teatro de la Dinastía Ming tal y como era entonces, en cuanto a la música... bueno 10 minutos hubieran sido suficientes en vez de 1h30.
Para terminar, sólo deciros que en la ciudad hay un montón de tibetanos conviviendo con los Naxi, fue curioso poder observar este concierto en la calle echo por jóvenes tibetanos, los cuales tengo que reconocer que no lo hacían nada mal.
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